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El ángel de la guardia de Blancanieves

La pequeña perdió la conciencia por una convulsión febril y Raquel no dudó en darle un masaje cardíaco.

JOSÉ R. VILLALBA/06.05.12.- Natalia es una niña de dos años, despierta, alegre y demasiado inteligente para su corta edad. Las fiestas como a cualquier otro crío le chiflan, pero si son de disfraces más aún; por eso se vistió de Blancanieves para festejar junto a sus compañeros de clase, las monitoras y demás personal, un gran día. Sus mofletes colorados, su traje azul, su camisa blanca, su sonrisa... se mezclaron con los sueños de algún Peter Pan, de alguna Cenicienta, de menudos Supermanes y de alguna princesa de su misma edad. Era un día especial en la escuela. Las monitoras de su clase, Esther y Celia, que nunca dejan nada al azar decidieron inmortalizar aquella estampa de personajes de cuentos y series televisivas infantiles reunidos en el patio del cole. «A ver, miráis todos aquí, pa-ta-ta, pa-ta-ta». Y de repente, antes de apretar el botón de disparo de la cámara, Natalia, la pequeña Blancanieves, cayó desmayada al suelo.

La cría perdió la conciencia, no abría los ojos y no reaccionaba ante ningún tipo de estímulo. A las dos profesoras les faltó tiempo para tomar a Natalia en brazos, cruzar una carretera y plantarse en el cuartel de la Guardia Civil de Santa Fe pidiendo auxilio: los escasos cincuenta metros de distancia entre el cuartel y la escuela se transformaron en una maratón, se hicieron eternos. La pequeña Blancanieves seguía sin volver en sí.

El puesto de guardia del cuartel disponía en ese momento de unas diez personas, pero fue solo uno, buena una, una mujer guardia civil -Raquel García- quien le quitó la niña de los brazos a la profesora, la tumbó de costado en una sala, le sacó la lengua para liberar las vías respiratorias y comenzó a darle un masaje cardíaco. La niña seguía inconsciente, pero comenzó a respirar. «Había leído bastante de cómo actuar en estos casos, pero nunca lo había puesto en práctica, fue la primera vez», comenta esta guardia civil granadina.

El reloj corría en contra. La guardia no tuvo tiempo de angustiarse, ni de pensar, solo de actuar, de buscar soluciones para despertar a la pequeña Blancanieves que seguía sin volver en sí. La escena era cruel y dura, nada parecido a la imagen de un cuento: en ese momento «no se te pasa nada por la cabeza, solo rezas para que todo salga bien». Los compañeros de la guardia avisaron a los servicios de urgencias sanitarias, pero no había tiempo. Raquel tomó a la pequeña en brazos, la introdujo en un vehículo de la Guardia Civil y pusieron rumbo al centro de salud del municipio santaferino. El minutero del reloj no daba tregua, los segundos eran horas, las horas una eternidad. La guardia apretó sus brazos contra la pequeña tratando de inyectarle toda la energía necesaria para despertarla de esta horrible pesadilla.

Por el camino a las urgencias y dentro del coche, solo se oía el ruido de los nervios y el silencio de la angustia. Los padres de Natalia seguían con sus trabajos, aún no sabían nada, todo pasó demasiado rápido. La madre, Piedad Vicente, continuaba con sus clases en un colegio de Santa Fe; el padre, Carlos, estaba a punto de ser avisado. Mientras tanto, Raquel García, el ángel de la guarda de la pequeña Blancanieves, se llevó una de las mayores recompensas profesionales, vio cómo la pequeña empezó a reaccionar y abrir los ojos. «No dejé de hablarle, de estimularla como podía, la cría vomitó y esa fue la mejor señal». El coche de la Guardia Civil aparcó en la entrada del centro de salud, la guardia salió con Natalia en los brazos y rápidamente una pediatra comenzó a practicarle los cuidados pertinentes a la pequeña.

La profesora intentó contactar con la madre, pero fue el padre quien antes respondió a la llamada. Tardó pocos minutos en personarse en el centro de salud. La cría respondía, recuperó sus constantes vitales... pero su padre y su ángel, la guardia, no se separaron ni un minuto de ella. El diagnóstico llegó pronto: la menor sufrió una convulsión febril, una subida repentina de temperatura capaz de bloquear el sistema nervioso, incapacitando a la pequeña.

«Fue muy duro, tremendamente duro y nunca tendré suficientes palabras para agradecer a Raquel, y a las profesoras de la escuela lo que hicieron por mi hija», dice la madre de la pequeña. «Cuando llegamos a casa con Natalia, antes de bajarnos del coche, mi marido y yo nos miramos sin decirnos nada y comenzamos a llorar como dos niños. Fue el momento del bajón, después de toda la pesadilla que vivimos ese día».

48 horas después
Raquel, la guardia civil con 20 años de profesión a su espalda que entró en el cuerpo por vocación de «servir a los demás», también lloró esa noche. Pasaron 48 horas hasta que decidió descolgar el teléfono y preguntar por la pequeña Blancanieves. «Me daba apuro llamar antes, pero no logré quitarme a la pequeña de la cabeza». Desde el otro lado del hilo telefónico... la voz de la madre solo le espetaba palabras de agradecimiento.

De hecho, pocos días después de esa conversación, Piedad se pasó por el cuartel de la Guardia Civil de Santa Fe para entregarle a Raquel dos cosas: la primera, una carta «muy emotiva» cargada de amistad, de cariño y de agradecimiento hacia esta guardia que «ya es como de la familia, como una de mis mejores amigas»; la otra fue un regalo, que Raquel, madre de dos hijos pequeños, no aceptó.

«La misión en nuestro trabajo es prestar auxilio allá donde estemos, aunque muchos solo nos vean como gente que ponemos multas», añade esta agente que logró su puesto en la quinta promoción de mujeres guardias.
«Como guardia he visto de todo en veinte años de servicio, pero nada como lo vivido en ese día. Ojalá no me vuelva a ver en una situación igual con menores». Blancanieves, la pequeña y risueña Natalia, cumplirá tres años el próximo 2 de septiembre.

Raquel la ayudará a soplar las velas, junto a sus padres y a su otro hermano. Felicidades.

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